Todos necesitamos creer. Cuando nos levantamos deseamos que todo salga bien. Sabemos que con nuestras propias fuerzas no controlamos todos nuestros imprevistos. Queremos apoyarnos en alguien que nos de seguridad. Hoy tenemos la figura de Abrán. Él creyó en Dios. Dejo su tierra y emprendió un viaje lleno de imprevistos, pero con la seguridad de sentir la fuerza de Dios. Y eso, es muy importante para nuestra vida de creyentes. Y entonces, ¿Cómo podemos sentir esa fuerza? San Pablo nos habla del ejemplo. Hay que fijarse como viven, y cuales son sus frutos. Y, podemos añadir que los que están cerca de Dios sus frutos son la paz, comprensión, bondad, discernimiento en el espíritu que da el poder de ser luz para los demás. Y esa luz, nos la muestra hoy el relato de la transfiguración. Jesús se convierte en el verdadero camino. El es el Hijo de Dios, el escogido que hay que escucharle.
La cuaresma es un tiempo oportuno para valorar que es lo más importante en nuestra vida. Ser conscientes de lo que implica ser cristiano. Pedro, Juan y Santiago ante la presencia del Señor sienten una paz y un bienestar enorme. En ese espacio encuentran la voz de Dios. Nosotros debemos encontrar también ese espacio y estar abiertos a la escucha. La parroquia se puede convertir en un lugar propicio. Participar en las diferentes actividades y celebraciones. Pero, para ello las parroquias deben ser lugares de acogida, que uno se sienta a gusto, libre para buscar su propio discernimiento de lo que Dios quiere en su vida. Hagámonos sinceramente la pregunta ¿Cómo es la parroquia a la que voy? Si no nos sentimos acogidos o no nos implicamos se convertirá en algo ajeno o puntual. Esa impersonalidad es la que por desgracia viven muchos cristianos. Estamos en un tiempo de discernimiento. Como Abrán demos un salto de confianza e impliquémonos en nuestra parroquia para vivir la fe comunitariamente y escuchar la voz de Dios.