La experiencia nos ayuda a mejorar. De ella podemos sacar lo mejor de nosotros mismo y de nuestro entorno. Los cristianos vivenciamos la presencia de un Dios cercano, que no juzga ni condena. Sentir esos sentimientos y vivenciarlos no solo ayudan a uno mismo a madurar sino a toda la comunidad.
Las comunidades cristianas no están exentas de no seguir las enseñanzas de Jesús en lo referente al juicio. La persona por medio de la lengua esta pronta para echar su veneno y no responsabilizarse. El Papa Francisco nos recuerda que es bueno leer la carta de Santiago y nos previene que lo que sale de la boca muchas veces puede tener consecuencias desastrosas. Jesús ya corregía a sus contemporáneos de los peligros que conlleva el juicio y ponía el foco en los errores de uno mismo (Mt 7, 1 – 6). Los fallos son naturales a la esencia humana, ya sea de una manera consciente o inconsciente todos hemos errado en algún punto de nuestra existencia. Ser conscientes y entender lo que significa nos abre las puertas a entender las enseñanzas del Maestro.
Cuando juzgamos a una persona y hablamos a sus espaldas del error que ha cometido estamos haciendo mucho daño. Este acto conlleva a uno a sentirse que esta moralmente por encima del otro, ponerse como juez sin conocer por que ha fallado, y no aceptar las consecuencias que conllevan sus actos por medio de la lengua. Mírate a ti mismo, nos dice el Señor. Se consciente de los fallos. Ese es el comienzo del camino de la humildad. La humildad es el mejor antídoto para no ser el verdugo del otro. Ella también nos enseña abrirnos al perdón y por ende al proceso de sanación.
No hay mayor hipócrita que el que se cree que solo los demás comenten errores y necesita su lengua de veneno para no reconocer los suyos. Jesús sale todos los días a nuestro camino. Nos dice que seamos como nuestro Padre Dios: Un Padre que se ve reflejado en la parábola del hijo prodigo y que es capaz de acoger a su hijo perdido sin juzgarlo ni condenarlo, sino acogiéndolo y amándolo. No hagamos daño a los demás con nuestra lengua, reconozcamos que nosotros también fallamos y necesitamos ser perdonados, sanados.